Saber navegar es un don extraordinario,
y nada en el mundo se le parece.
Nada me da más satisfacción
que zarpar de un puerto
y tener la certeza de poder
llevar a mi equipo y a mi velero
sanos y salvos de ese puerto a otro,
navegando quizá 5000, 6000,
7000 o más de 9000 kilómetros.
Para mí, estar en alta mar
representa la libertad absoluta,
la máxima oportunidad de ser uno mismo,
pues allí no se puede ser otra cosa.
Uno se muestra sin tapujos
ante sus compañeros a bordo.
El espacio es muy reducido.
"Maiden" es una embarcación
de casi 18 metros de eslora,
donde caben solo 12 mujeres.
Los tripulantes están,
literalmente, uno al lado del otro,
así que no queda más que ser uno mismo.
El momento más maravilloso
de estar en alta mar
es cuando la tierra firme
desaparece de mi vista.
Es un momento indescriptible...
(Suspira)
un momento de aventura,
de punto sin retorno,
donde lo único que existe
es uno mismo, el barco y los elementos.
Ojalá todos pudieran vivir algo así
al menos una vez en la vida.
Cuanto más lejos se está de tierra firme,
más cerca se está de uno mismo.
Todo gira en torno a uno,
a cómo llegar al próximo destino,
cómo hacer para sobrevivir,
cómo cuidarnos entre compañeros
y qué hacer para llegar al otro lado.
Pues bien, la pregunta que me hacen
con más frecuencia en mis charlas es:
"¿Cómo se convirtió en navegante
de regatas transoceánicas?".
Una muy buena pregunta.
Siempre quise responder
con un "Tuve una visión,
que se transformó en sueño,
y luego en una obsesión".
Pero, claramente, la vida no es así,
y algo que me gustaría contarle a la gente
es que mi vida no ha ido del punto A al B.
Por cierto, ¿cuántos pueden decir
que su vida ha ido del punto A al B
y han dicho: "Haré tal cosa",
y simplemente lo hacen?
Por eso, diré la verdad.
Y la verdad es que me expulsaron
de la escuela cuando tenía 15 años.
Mi muy sufrido director
le envió una muy sufrida nota
a mi muy sufrida madre
para decirle que si Tracy volvía
a pintar las puertas de la escuela,
llamarían a la policía.
Entonces mi madre me dijo:
"Cariño, la educación no es para todos".
Y allí me dio el mejor consejo
que me podrían haber dado:
"Todos somos buenos en algo.
Tan solo tienes que salir
a averiguar en qué".
Y cuando tuve 16 años,
me permitió ir a Grecia de mochilera.
Empecé a trabajar en barcos.
Nada mal, por cierto, para una joven
de 17 que no sabía qué quería hacer.
Tan solo me dejaba llevar.
Y en mi segunda travesía transatlántica,
el capitán me preguntó: "¿Sabes navegar?".
Dije: "Claro que no. Me expulsaron
antes de aprender la división larga".
Me dijo: "¿No es hora
de que aprendas a navegar?
¿Y si me caigo al otro lado?
Deja de ser espectadora de tu propia vida,
deja de mirar desde afuera lo que haces
y empieza a participar".
Ese fue el día en que mi vida comenzó.
Aprendí a navegar en dos días
y eso que odio los números,
que para mí son como jeroglíficos.
Se me abrieron caminos y oportunidades
que jamás habría imaginado.
Una de ellas fue ir a bordo de un barco
en la regata Whitebread por el mundo.
Eran 17 hombres sudafricanos y yo.
Yo tenía 21 años, y fueron
los nueve meses más largos de mi vida.
Trabajé de cocinera,
logré sobrevivir hasta el final.
Cuando terminó la regata,
me enteré de que había
230 participantes y 3 mujeres,
y yo era una de ellas.
Como cocinera era muy mala,
pero como navegante, muy buena.
El segundo pensamiento más profundo
que tuve en toda mi vida fue:
"Ningún hombre me permitirá navegar
en su barco, jamás".
Y eso sigue siendo así.
En 35 años de la regata Whitebread
hubo solo dos navegantes mujeres que
nunca tripularon barcos con solo mujeres,
y así nació Maiden.
Fue entonces cuando pensé:
"Tengo un motivo para luchar".
No sabía que quería librar esta lucha
pero enseguida me sentí
como pez en el agua.
Descubrí en mí cosas que no sabía
siquiera que existían.
Descubrí que tenía espíritu de lucha,
que tenía sentido competitivo,
algo que ignoraba por completo.
Y descubrí mi segunda pasión,
que era la igualdad.
No podía dejarlo pasar.
No era un proyecto meramente personal,
es decir, navegar en un barco,
reunir a mi tripulación
y formar mi propio equipo,
recaudar mis propios fondos,
conseguir mi barco,
para poder navegar.
Esto era para todas las mujeres.
Fue entonces cuando me di cuenta
de que a eso dedicaría mi vida.
Nos llevó mucho tiempo reunir los fondos
para participar de la regata
transoceánica Whitebread de 1989.
Cuando veíamos esos grandes proyectos
de millones de libras,
reservado solo para hombres,
con embarcaciones nuevas y relucientes,
especialmente diseñadas para regatas,
nos dimos cuenta de que
ese no sería nuestro caso.
Teníamos que improvisar sobre la marcha.
Nadie nos tenía fe como para darnos
semejantes sumas de dinero.
Entonces decidí hipotecar mi casa,
y encontramos una embarcación destartalada
que ya había competido en la regata
Whitebread en dos oportunidades.
La encontramos en Sudáfrica.
Nos ingeniamos para que una persona
la trasladara en barco al Reino Unido.
Las chicas se horrorizaron
al ver estado del velero.
Conseguimos un espacio gratis
en un astillero,
pusimos manos a la obra y la restauramos.
La desarmamos.
Hicimos todo el trabajo solas.
Fue la primera vez que se veían
mujeres en un astillero.
Era muy entretenido.
Cada mañana, cuando entrábamos,
la gente nos miraba con curiosidad.
Pero eso tenía sus ventajas,
porque todos nos ayudaban.
Éramos una novedad para los demás.
Nos daban un generador, un motor...
- "¿Quieren esta soga vieja?".
- "Sí".
- "¿Velas viejas?".
- "Sí, las queremos".
Realmente, fuimos improvisando
sobre la marcha.
Y una de las ventajas más grandes
fue que nadie tenía ideas preconcebidas
de cómo una tripulación
enteramente femenina
podría navegar alrededor del mundo.
Lo que hiciéramos estaba bien.
Además, atrajo a mucha gente,
y no solo a mujeres, sino a hombres
y todos a quienes alguna vez les dijeron
que no pueden hacer algo
porque no son buenos en eso:
o no son del género, la raza
o el color correcto, o lo que fuere.
Maiden se transformó en una pasión.
Fue muy difícil recaudar los fondos.
Cientos de empresas nos rechazaron.
Nos dijeron que no lo lograríamos.
La gente pensaba que moriríamos.
Se acercaban para decirme,
literalmente: "¡Van a morir!".
Y yo pensaba: "Bueno,
es mi problema, no el tuyo".
Finalmente, Maiden recibió el patrocinio
del rey Hussein de Jordania.
Su apoyo fue increíble,
muy adelantado para la época,
basado en la idea de igualdad.
Navegamos alrededor del mundo
con un mensaje de paz e igualdad.
Éramos las únicas competidoras
que llevábamos algún mensaje.
Ganamos dos etapas
de la regata Whitebread,
dos de las más difíciles,
y logramos el segundo lugar
en nuestra categoría.
Sigue siendo la mejor marca
de una nave británica desde 1977.
Eso molestó a mucha gente.
Creo que en aquel momento
no fuimos conscientes.
Cruzamos la línea de meta,
en aquella increíble llegada.
Llegamos con 600 barcos
por el estrecho de Solent,
y 50 mil personas nos recibieron
en Ocean Village
al son de "¡Maiden, Maiden!"
a medida que nos acercábamos.
Sabíamos que habíamos logrado
lo que buscábamos,
y esperábamos que sería algo bueno,
pero no imaginamos en ese momento
que ese logro cambiaría la vida
de muchas mujeres.
El Océano Antártico es mi favorito.
Cada océano tiene sus características.
El Atlántico Norte, por ejemplo,
presenta obstáculos.
Es divertido y motivador, invita a navegar
y asegura el entretenimiento.
El Océano Antártico es peligroso,
y pone la vida en riesgo.
En cuanto uno ingresa a la longitud
y latitud de este océano,
enseguida lo percibe:
las olas se empiezan a formar
y a hacer espuma en sus crestas.
Todo se vuelve gris
y la visión se hace muy difícil.
Hay que estar muy atento
a quién es uno y qué es uno
en semejante inmensidad de la naturaleza.
Está vacía.
Todo es tan enorme y vacío a la vez.
Estos son albatros que vuelan
sobre la embarcación.
Cruzar el territorio de estas aves
lleva unos cuatro días,
así que los mismos albatros
nos siguen esos cuatro días.
Y somos una novedad para ellos,
así que, literalmente, surfean sobre
el viento que genera la vela principal
y quedan suspendidos detrás del barco.
Y se siente esa presencia por detrás,
y al darnos la vuelta
uno se enfrenta cara a cara con ellos.
Al finalizar la regata, vendimos a Maiden,
pues seguíamos cortas de dinero,
y, hace cinco años, la encontramos,
justo en la misma época
en que un director de cine
propuso hacer un documental sobre Maiden.
Maiden volvió a irrumpir en mi vida,
y me hizo revivir muchas cosas
que había olvidado con el tiempo:
la idea de seguir
a mi corazón y mi intuición,
y de ser parte del universo.
Maiden me ha devuelto todo
lo que ha sido importante en mi vida.
De nuevo, la rescatamos
con fondos colectivos.
Estaba encallada en las Seychelles.
La princesa Haya, hija del rey Hussein,
financió el traslado de la embarcación
al Reino Unido y también la restauración.
Toda la tripulación original se reunió
para participar de la iniciativa.
Y luego tuvimos que decidir
qué haríamos con Maiden.
Ese fue el momento en que
tuve que mirar hacia atrás,
y analizar cada cosa que hice:
cada proyecto, cada emoción,
cada pasión, cada batalla, cada lucha.
Y decidí que Maiden debía continuar
esa lucha para la próxima generación.
Maiden ahora navega por el mundo
en una travesía de cinco años.
Nos conectamos con miles de chicas
de distintas partes del mundo.
Apoyamos programas comunitarios
para que las chicas reciban educación.
La educación no es solo estar en el aula.
Para mí, es enseñar a las jóvenes que
las cosas no se miran de cierta óptica,
que no hay sentir de determinada manera,
que no hay que comportarse
de cierto modo,
que se puede triunfar,
que se puede ir tras un sueño
y que se puede luchar por él.
La vida no va del punto A al B.
Es desordenada.
La mía, por caso, ha sido
desorganizada de principio a fin,
pero de alguna manera
logré hacer mi camino.
El futuro, tanto para nosotras
como para Maiden, es muy promisorio
y, para mí, significa cerrar el círculo.
Es cerrar el círculo con Maiden
para decirles a las jóvenes
que si tan solo una persona cree en ellas,
pueden lograr lo que se propongan.