En el 132 d. C.,
el polímata chino Zhang Heng
presentó a la corte Han
su más reciente invención:
un gran jarrón que, según afirmaba,
podía avisarles cuando había
un terremoto en el reino,
incluso adónde debían enviar ayuda.
En la corte, se mostraron
más bien escépticos,
especialmente cuando
el dispositivo se activó
una tarde aparentemente tranquila.
Pero cuando unos días después
llegaron mensajeros por ayuda,
las dudas se volvieron gratitud.
Hoy ya no dependemos de jarrones
para identificar eventos sísmicos,
pero los terremotos continúan
siendo un desafío especial
para quienes intentan estudiarlos.
Entonces, ¿por qué es tan difícil
anticipar un terremoto?
¿Cómo podríamos prevenirlos
con más eficacia?
Para contestar esto,
debemos comprender algunas teorías
sobre la ocurrencia de los terremotos.
La corteza terrestre está formada
por varias placas enormes de roca
denominadas 'placas tectónicas'.
Estas se asientan sobre
una capa caliente, parcialmente fundida
del manto de la Tierra.
Esto hace que las placas
se expandan de forma muy lenta
entre 1 y 20 cm cada año.
Pero estos pequeños
movimientos son tan fuertes
que ocasionan profundas grietas
en las placas que chocan.
Y en las zonas inestables,
la presión cada vez más intensa
puede provocar un terremoto.
Ya es bastante difícil vigilar
estos movimientos minúsculos,
además que los factores que
hacen que un desplazamiento
se vuelva un evento sísmico
son mucho más variados.
Diferentes fallas
atraviesan diferentes rocas,
algunas más resistentes
bajo presión y otras menos.
Distintas rocas también
reaccionan de forma diferente
a la fricción y
a las elevadas temperaturas.
Algunas se derriten de forma parcial
y liberan fluidos lubricantes
hechos de minerales súper calientes
que reducen la fricción
de la línea de falla.
Pero otras permanecen secas
y son propensas a acumular presión.
Además, todas estas fallas están sujetas
a diversas fuerzas gravitacionales,
como también lo están
las corrientes de roca caliente
que circulan por el manto terrestre.
¿Cuál de estas variables ocultas
deberíamos analizar?
¿Y cómo encajan con otras
herramientas de predicción?
Puesto que algunas de estas fuerzas
se producen de forma mayormente constante,
el comportamiento de las placas
es más o menos cíclico.
En la actualidad, muchas
de las pistas más confiables
provienen de la predicción
a largo plazo,
vinculada al momento y al lugar
en que ocurrió anteriormente un terremoto.
A escala de siglos,
esto nos permite pronosticar el momento
estimado en que fallas muy activas,
como la de San Andreas,
definitivamente producirán
terremotos masivos.
Pero debido a las numerosas
variables que intervienen,
este método solo brinda
valores muy generales.
Para predecir eventos inminentes,
los científicos han investigado
las vibraciones
que emite la Tierra antes de un sismo.
Desde hace mucho, los geólogos
emplean sismómetros
para localizar y rastrear estos pequeños
cambios en la corteza terrestre.
Y hoy día
casi todos los teléfonos inteligentes
pueden grabar ondas sísmicas primarias.
Contando con una red global de teléfonos,
los científicos podrían, en teoría,
diseñar un detallado
sistema de advertencia
que alerte a las personas
de sismos por ocurrir.
Desafortunadamente, los teléfonos
podrían no brindar el pronóstico exacto
que se necesita para poner en marcha
protocolos de seguridad.
Pero aun así estas lecturas detalladas
podrían ser útiles
para las herramientas de predicción
como el software de la NASA 'Quaksim',
capaz de usar rigurosa
información geológica
para identificar las regiones en riesgo.
Sin embargo, estudios recientes indican
que los indicios más obvios de un sismo
podrían no ser detectados
por todos estos sensores.
En 2011,
justo antes de que sucediera
un terremoto en las costas de Japón,
los investigadores en zonas cercanas
registraron concentraciones muy altas
de dos isótopos radioactivos:
radón y torón.
Justo antes de un terremoto, cuando
se acumula la presión en la corteza,
las microfracturas dejan escapar
estos gases a la superficie.
Estos científicos piensan
que si construimos una gran red
de detectores de radón y torón
en las zonas más sísmicas,
esto podría ser un prometedor
sistema de advertencia
y predecir, potencialmente,
sismos con una semana de antelación.
Claro que ninguna de estas tecnologías
será tan eficiente como simplemente
hacer observaciones
en la profundidad de la Tierra.
De esa forma se podrían identificar
y predecir en tiempo real
cambios geológicos a gran escala,
y esto salvaría decenas
de miles de vidas cada año.
Pero por el momento,
estas tecnologías pueden
ayudarnos a estar preparados
y a actuar rápidamente en zonas de riesgo
sin tener que esperar
las instrucciones de un jarrón.