"Todo lo que quería era
un muy merecido ascenso,
y él me dijo:
"Sal de tu escritorio
y separa las piernas".
"Todos los hombres de mi oficina
escribieron en un pedazo de papel
los favores sexuales que podría hacerles.
Todo lo que pedí fue
una oficina con una ventana".
"Le pedí su consejo sobre
cómo podría llegar al comité;
él me preguntó si llevaba mis rodilleras".
Esas son solo algunas
de las horribles historias
que escuché de mujeres
durante el año pasado,
mientras investigaba el acoso sexual
en el lugar de trabajo.
Y descubrí
que es una epidemia en todo el mundo.
Es una realidad horrible
para millones de mujeres,
cuando todo lo que
quieren hacer todos los días
es ir a trabajar.
El acoso sexual no discrimina.
Puedes usar una falda,
un uniforme hospitalario,
un uniforme del ejército.
Puedes ser joven o vieja,
casada o soltera,
blanca o negra.
Puedes ser republicana,
demócrata o independiente.
Lo escuché de muchas mujeres:
oficiales de policía,
miembros de nuestro ejército,
asistentes financieras,
actrices, ingenieras, abogadas,
banqueras, contadoras, profesoras...
periodistas.
El acoso sexual resulta que
no va de sexo,
sino de poder,
y sobre lo que alguien hace
para tratar de quitarte tu poder.
Y estoy aquí hoy
para alentarte a que sepas
que puedes recuperar ese poder.
(Aplausos)
El 6 de julio de 2016
salté de un acantilado yo sola.
Fue el momento más aterrador de mi vida;
una decisión insoportable de tomar.
Caí en un abismo sola,
sin saber lo que habría debajo.
Pero luego, algo milagroso
comenzó a suceder.
Miles de mujeres comenzaron
a acercarse a mí
para compartir sus propias historias
de dolor, agonía y vergüenza.
Me dijeron que me convertí en su voz,
ellas no tenían voz.
Y, de repente, me di cuenta
de que incluso en el siglo XXI,
toda mujer todavía tiene una historia.
Como Joyce,
una supervisora de azafata
cuyo jefe, en reuniones todos los días,
le explicaba el porno
que había visto la noche anterior
mientras dibujaba penes
en su bloc de notas.
Ella fue a quejarse.
La llamaron "loca" y la despidieron.
Como a Joanne, banquera de Wall Street,
a quien sus colegas masculinos la decían
esa palabra inmunda con P todos los días.
Ella se quejó.
Etiquetada como alborotadora,
nunca más hizo negocio
alguno en Wall Street.
Como Elizabeth, una oficial del ejército.
Sus subordinados masculinos agitaban
billetes de un dólar en su cara,
y decían: "¡Baila para mí!"
Y cuando fue a quejarse a un comandante,
él dijo: "¿Qué? ¿Solo un dólar?
¡Vales al menos 5 o 10!
Después de leer,
responder a todas
y llorar por todos estos
correos electrónicos,
me di cuenta de que
tenía mucho trabajo por hacer.
Aquí están los hechos sorprendentes:
una de cada tres mujeres,
que nosotros sepamos,
ha sido acosada sexualmente
en el lugar de trabajo.
El 71 % de esas incidencias
nunca son informadas.
¿Por qué?
Porque cuando las mujeres lo informan,
encima se las llama mentirosas
y alborotadoras
se las degrada, destroza,
se las rebaja,
se las pone en la lista negra
y las despiden del trabajo.
Denunciar el acoso sexual puede ser,
en muchos casos, el final de una carrera.
De todas las mujeres
que se acercaron a mí,
casi ninguna seguía trabajando
hoy en su profesión elegida,
y eso es escandaloso.
Yo también guardé silencio al principio.
Me pasó al final de mi año
como Miss América,
cuando estaba reunida con un ejecutivo
de televisión de muy alto rango
en Nueva York.
Pensé que me estaba ayudando todo el día,
haciendo muchas llamadas telefónicas.
Fuimos a cenar
y en el asiento trasero de un auto,
de repente se abalanzó sobre mí
y me metió la lengua en la garganta.
No me di cuenta de que
"entrar en el negocio", tonta de mí,
también implicaba
meterse en mis pantalones.
Y solo una semana después,
reunida en Los Ángeles
con un publicista de alto rango,
sucedió de nuevo.
De nuevo, en un auto.
Y él me agarró el cuello con la mano,
y empujó mi cabeza con tanta fuerza
hacia su entrepierna,
que no podía respirar.
Estos son los eventos que absorben
toda la confianza en una misma.
Estos son los hechos que,
hasta hace poco,
ni siquiera llamaba acoso.
Y es por eso que tenemos
mucho trabajo por hacer.
Después de mi año como Miss América,
seguí conociendo
a muchas personas célebres,
incluyendo a Donald Trump.
Cuando se hizo esta foto en 1988,
nadie podría predecir
dónde estaríamos hoy.
(Risas)
Yo, luchando para erradicar el
acoso sexual en el lugar de trabajo;
él de presidente de EE.UU.
a pesar de todo ello.
Y poco después, logré cubrir mi primera
gira en las noticias de televisión
en Richmond, Virginia.
Vean esa sonrisa de confianza
con la chaqueta rosa brillante
y no tanto el cabello.
(Risas)
Estaba trabajando duro para demostrar
que las rubias tienen mucho cerebro.
Pero irónicamente,
una de las primeras historias que cubrí
fueron los conciertos de Anita Hill
en Washington, DC.
Y poco después,
yo también fui acosada sexualmente
en el lugar de trabajo.
Estaba cubriendo
una historia en la Virginia rural,
y cuando volvimos al auto,
mi camarógrafo comenzó a decirme
cuánto había disfrutado
cuando me tocó los pechos
al ponerme el micrófono.
Y entonces lo demás fue cuesta abajo.
Me estaba atrincherando
contra la puerta del copiloto.
Esto fue antes
de los teléfonos móviles.
Estaba petrificada.
De hecho, me imaginé
rodando afuera de esa puerta
con el auto a 80 km por hora,
como lo había visto en las películas,
y preguntándome cuánto dolería.
Cuando la historia
sobre Harvey Weinstein salió a la luz,
uno de los magnates de cine
más conocidos de Hollywood,
las acusaciones eran horribles.
Pero muchas mujeres denunciaron
y me hizo darme cuenta de que
lo que había hecho significaba algo.
(Aplausos)
Él tenía una excusa muy poco convincente.
Dijo que era un producto
de los años 60 y 70,
y que esa era la cultura entonces.
Sí, esa era la cultura entonces,
y desafortunadamente, todavía lo es.
¿Por qué?
Debido a todos los mitos
que todavía están asociados
con el acoso sexual.
"Las mujeres deberían realizar
otro trabajo y buscar otra carrera".
Sí, claro.
Dile eso a la madre soltera
que tiene dos empleos,
que trata de llegar a fin de mes,
que además está siendo
acosada sexualmente.
"Las mujeres
se lo buscan ellas mismas".
Por la ropa que usamos
y el maquillaje que nos ponemos.
Sí, supongo que esas sudaderas que usan
los ingenieros de Uber en Silicon Valley
son muy provocativas.
"Las mujeres se lo inventan".
Sí, porque es muy divertido y gratificante
ser degradada y derrotada.
Lo sabría.
"Las mujeres presentan estas denuncias
porque quieren ser famosas y ricas".
Nuestro propio presidente dijo eso.
Apuesto a que Taylor Swift,
una de las cantantes
más conocidas y ricas del mundo,
no necesitaba más dinero o fama
cuando denunció su caso de tocamientos
por un dólar.
Y estoy muy contenta de que lo haya hecho.
Noticias de última hora;
la historia no contada sobre las mujeres
y el acoso sexual en el lugar de trabajo:
las mujeres solo quieren
un lugar seguro y acogedor
y un ambiente libre de hostigamiento.
Es todo.
(Aplausos)
Y, ¿cómo hacemos para
recuperar nuestro poder?
Tengo tres soluciones.
Número 1:
necesitamos convertir a los espectadores
y facilitadores en aliados.
El 98 % de las corporaciones
de EE.UU. en este momento
tienen políticas educativas
en acoso sexual.
El 70 % tiene programas de prevención.
Pero aun así, abrumadoramente,
los espectadores y testigos
no se presentan.
En 2016,
la Harvard Business Review
lo llamó el "efecto espectador".
Y, sin embargo, recuerden el 11-S.
Millones de veces lo hemos escuchado
"Si ves algo,
di algo".
Imaginen cuán impactante sería
si lo lleváramos a cabo
con los espectadores en el lugar de
trabajo en referencia al acoso sexual,
para reconocer y detener
estas incidencias;
para enfrentar
a los perpetradores en su cara;
para ayudar y proteger a las víctimas.
Este es mi llamamiento a los hombres:
les necesitamos en esta pelea.
Y a las mujeres, también,
facilitadores a los aliados
Número 2:
cambiar las leyes.
¿Cuántos de Uds. saben,
si existe una cláusula
de arbitraje obligatorio
en su contrato de trabajo?
No muchas manos.
Y si no lo saben, deberían saberlo,
y aquí está el porqué.
La revista TIME lo llama,
allí mismo en la pantalla,
"La diminuta letra pequeña
de los contratos
que mantiene las demandas
de acoso sexual desoídas".
Esto es lo que es.
El arbitraje obligatorio quita
el derecho a la Séptima Enmienda
a un proceso de jurado abierto.
Es secreto.
No se cuenta con los mismos
testigos o declaraciones.
En muchos casos, la empresa
elige el árbitro por ti.
No hay apelaciones,
y solo el 20 % de las veces
gana el empleado.
Pero de nuevo, es secreto,
para que nadie sepa nunca lo que te pasó.
Por eso he estado trabajando
tan diligentemente
en Capitol Hill en Washington, DC,
para cambiar las leyes.
Y esto es lo que les digo a los senadores:
el acoso sexual es apolítico.
Antes de que alguien te acose,
no te pregunta primero,
si eres republicana o demócrata.
Simplemente lo hace.
Y es por eso que todos
deberíamos preocuparnos.
Número 3:
ser valientes.
Eso comienza cuando nos alzamos en pie,
y construimos esa autoestima.
Y nos ponemos de pie y hablamos,
y decimos al mundo lo que nos sucedió.
Sé que da miedo
pero hagámoslo por nuestros hijos.
Detengamos esto para
las próximas generaciones.
Sé que lo hice por mis hijos.
Ellos fueron esenciales
en mi toma de decisiones
sobre si me presentaría o no.
Mis hermosos hijos,
mi hijo de 12 años, Christian,
mi hija de 14 años, Kaia.
Y vaya si los subestimé.
El primer día de clase el año pasado
pasó a ser el día en que
se anunció mi resolución,
y estaba muy ansiosa
por lo que enfrentarían.
Mi hija llegó a casa de la escuela y dijo:
"Mami, mucha gente me preguntó
qué te pasó durante el verano".
Entonces ella me miró a los ojos
y dijo: "Y, mami,
estaba muy orgullosa
de decir que eras mi madre".
Y dos semanas después,
cuando finalmente encontró el coraje
para enfrentarse a dos niños
que habían estado haciéndole
la vida imposible,
ella vino a casa y me dijo:
"Mami, encontré el coraje para hacerlo
porque te vi hacerlo".
(Aplausos)
Ya ven, dar el don
del coraje es contagioso.
Y espero que mi viaje les haya inspirado,
porque en este momento,
es el punto de inflexión.
Estamos viendo cómo sucede la historia.
Cada vez más mujeres se levantan y dicen:
"Basta ya".
(Aplausos)
Esta es mi última súplica a las compañías.
Contratemos de nuevo a todas aquellas
mujeres cuyas carreras se perdieron
debido a algún idiota fortuito.
Porque esto es lo que sé de las mujeres:
ya no seremos subestimadas,
intimidadas o relegadas;
no seremos silenciadas
por los modos del sistema
o las reliquias del pasado.
No.
Nos alzaremos en pie y hablaremos
y haremos que nuestras voces se escuchen.
Seremos las mujeres que deberíamos ser.
Y, sobre todo,
siempre seremos valientes.
Gracias.
(Aplausos)