El año pasado, estuve viviendo
con esta familia indígena en India.
Una tarde,
el hijo más joven estaba comiendo,
y al verme, escondió el curry
detrás de la espalda.
Tomó mucha persuasión para que
me enseñara lo que comía.
Resultaron ser larvas de polilla,
un manjar tradicional
en los pueblos indígenas de Madhya.
Grité:
"Oh, Dios mío. ¡Te estás comiendo eso!
¡Espero que quede un poco para mi!"
Vi incredulidad en los ojos del niño.
"¿Tú... comes esto?"
"Los amo", le respondí.
Pude ver que no confiaba en mí ni un poco.
¿Cómo a una mujer urbana y educada
podría gustarle la misma comida que a él?
Más tarde, abordé el tema con su padre,
y resultó ser un asunto
sumamente delicado.
Dijo cosas como:
"Oh, solo a este de mis hijos
le gusta comer eso.
Le decimos: 'Déjalo. Es malo.'
Y como ves, no nos hace caso.
Nosotros dejamos de comer eso hace años".
"¿Por qué?", pregunté.
"Esta es su comida tradicional.
Está disponible en su entorno,
es nutritiva,
y puedo dar fe de que es deliciosa.
¿Por qué está mal comerlo?".
El hombre se quedó callado.
Pregunté:
"¿Le han dicho que su comida es mala,
que comerla es algo retrógrado,
no civilizado?".
Él asintió en silencio.
Esta fue una de las muchas veces
en mi trabajo con indígenas en India
que presencié vergüenza
en torno a la comida,
vergüenza que la comida que amas comer,
que ha sido comida por generaciones,
es de alguna manera inferior,
incluso infrahumano.
Y esta vergüenza no se limita
a comidas extrañas o asquerosas
como insectos o ratas, tal vez,
pero se extiende a alimentos regulares:
verduras silvestres,
hongos, flores...
básicamente, todo lo que sea forrajeado
en lugar de cultivado.
En la India indígena,
esta vergüenza es omnipresente.
Cualquier cosa puede provocarlo.
Un maestro vegetariano de casta superior
es nombrado en una escuela,
en semanas, los niños dicen a sus padres
que es asqueroso comer cangrejos
o que comer carne es un pecado.
Un programa de nutrición de gobierno
sirve arroz blanco y esponjoso,
ahora nadie quiere comer
arroz rojo o mijo.
Una ONG sin fines de lucro llega al pueblo
con una dieta ideal para embarazadas.
Ahí tienes.
Todas las mujeres embarazadas
se sienten tristes
porque no pueden pagar manzanas y uvas.
Y a las personas simplemente
se les olvidan las frutas
que pueden ser recogidas
del suelo del bosque
Trabajadores de la salud,
misioneros religiosos,
empleados del gobierno
e incluso sus propios hijos educados
están literalmente gritándoles
a los indígenas
que su comida no es suficientemente buena,
ni lo suficientemente civilizada.
Y así, la comida sigue desapareciendo,
un poco a la vez.
Me pregunto si ustedes
alguna vez han considerado
si sus comunidades podrían tener
una historia similar en torno a la comida.
Si fueses a hablar
con tu abuela de 90 años,
¿te hablaría ella de alimentos
que nunca has visto o escuchado?
¿Estás consciente de cuánta
de la comida de tu comunidad
ya no está disponible para ti?
Los expertos locales me dicen
que la economía alimentaria de Sudáfrica
ahora se basa solo en comida importada.
El maíz se convirtió
en el alimento básico,
mientras que los sorgos, mijos, bulbos
y tubérculos locales desaparecieron.
Así como las legumbres
y verduras silvestres,
mientras la gente come papas,
cebollas, coles y zanahorias.
En mi país,
esta pérdida de comida es colosal.
La India moderna está apegada
al arroz, el trigo
y la diabetes.
Y hemos olvidado por completo alimentos
como una gran variedades de tubérculos,
savias de árbol, pescados, mariscos,
semillas oleaginosas,
moluscos, hongos, insectos,
carne de animales pequeños no amenazados,
lo cual estaba en nuestro entorno.
Así que, ¿a dónde se ha ido esta comida?
¿Por qué nuestras cestas de
comida moderna son tan estrechas?
Podríamos hablar de las complejas razones
políticas, económicas y ecológicas,
pero estoy aquí para hablar
del fenómeno más humano, la vergüenza,
porque es el punto decisivo
en que la comida realmente
desaparece de tu plato.
¿Qué hace la vergüenza?
La vergüenza te hace sentir pequeño,
triste,
no digno,
menos humano.
La vergüenza crea
una disonancia cognitiva.
Distorsiona historias de alimentos.
Tomemos este ejemplo.
¿Les gustaría tener un alimento
asombroso y versátil
que esté disponible
en abundancia en su entorno?
Todo lo que tienes que hacer es tomarlo,
secarlo, almacenarlo,
y lo tienes para todo el año
para cocinar todos los tipos
de platos que desees con él.
La India tenía este alimento, "mahua",
que es la flor que ven allí.
He estado investigando este alimento
durante los últimos tres años.
Se sabe que es altamente nutritiva,
según la tradición indígena
y las investigaciones científicas.
Para los indígenas,
solía ser un alimento básico
por cuatro a seis meses al año.
En muchos sentidos,
es muy similar a su marula local,
excepto que es una flor, no una fruta.
Donde los bosques son abundantes,
las personas todavía pueden conseguir
suficiente comida para un año
y extras para vender.
Encontré 35 platos distintos
hechos con mahua
que ya nadie prepara.
Este alimento ya ni siquiera
es reconocido como comida
sino como materia prima para licor.
Podrías ser arrestado
por tenerlo en casa.
¿La razón? Vergüenza.
Hablé con indígenas por toda la India
acerca de por qué el mahua
ya no es consumido.
Y recibí la misma respuesta.
"Oh, solíamos comerlo cuando
éramos pobres y estábamos hambrientos.
¿Por qué deberíamos comerlo ahora?
Tenemos arroz o trigo".
Y casi al mismo tiempo,
las personas también me decían
lo nutritivo que es el mahua.
Siempre hay historias de ancianos
que solían comer mahua.
"Nuestra abuela que tenía 10 hijos,
y aún así solía trabajar muy duro,
nunca se cansaba, nunca se enfermaba".
La misma doble narrativa en todas partes.
¿Por qué?
¿Cómo es que el mismo alimento
se percibe como muy nutritivo
y como comida para pobres,
casi en la misma oración?
Lo mismo con otros alimentos de bosque.
He oído historias desgarradoras
de hambruna,
de personas sobreviviendo
a base de basura afuera del bosque,
porque no había comida.
Si investigo un poco más,
resulta ser que la falta
no era de comida en sí
sino de algo respetable como arroz.
Les pregunté:
"¿Cómo aprendieron que
su supuesta basura es comestible?
¿Quién le dijo que ciertos
tubérculos amargos pueden endulzarse
dejándolos en un arroyo durante la noche?
¿O cómo sacar la carne
de la concha del caracol?
¿O cómo poner una trampa
para cazar una rata salvaje?".
Ahí es cuando empiezan
a rascarse las cabezas,
y se dan cuenta de que lo aprendieron
de sus propios mayores,
que sus ancestros vivieron y prosperaron
con estos alimentos por siglos
antes de que llegara el arroz,
y gozaban de mejor salud
que su propia generación.
Así es como funciona la comida,
y la vergüenza:
haciendo desaparecer comida y tradiciones
de las vidas y recuerdos de las personas
sin darse cuenta.
Así que, ¿cómo nos deshacemos
de esta tendencia?
¿Cómo reclamamos nuestro bello
y complejo sistema de alimentos naturales,
alimentos que nos da la Madre Tierra
de acuerdo con su propio ritmo,
alimentos preparados por
nuestras madres del pasado con alegría
y consumidos por
nuestros antepasados con gratitud,
alimentos saludables, locales y naturales,
variados, deliciosos,
que no requieren de cultivo,
sin dañar nuestra ecología,
sin costar nada?
Todos necesitamos esta comida,
y no creo que tenga que decirles por qué.
No tengo que decirles
sobre la crisis global de salud,
el cambio climático, la crisis del agua,
la fatiga del suelo,
los sistemas agrícolas colapsando,
todo eso.
Pero para mí, razones igual de importantes
por las que necesitamos estos alimentos
son las profundamente sentidas,
porque la comida es tantas cosas.
La comida es nutrición, comodidad,
creatividad, comunidad,
placer, seguridad, identidad
y mucho más.
Cómo nos conectamos con nuestra comida
define tantas cosas en nuestras vidas.
Define cómo nos conectamos
con nuestros cuerpos,
porque nuestros cuerpos son
a la larga comida.
Define nuestro sentido básico de conexión
con nuestra existencia.
Necesitamos estos alimentos más que nunca
para poder redefinir
nuestro espacio como humanos
dentro del esquema natural de las cosas.
¿Necesitamos dicha redefinición hoy día?
Para mí, la única
respuesta real es el amor,
porque el amor es lo único
que contrarresta la vergüenza.
¿Y cómo traemos más de este amor
a nuestras conexiones con nuestra comida?
Para mí, el amor es, en gran medida,
acerca de la voluntad
de ir más despacio,
de tomarse el tiempo para sentir,
percibir, escuchar, preguntar.
Puede ser oír a nuestros propios cuerpos.
¿Qué necesitan además de
nuestros hábitos alimenticios, creencias
y adicciones?
Puede ser tomarse un tiempo
para examinar estas creencias.
¿De dónde vienen?
Puede ser volver a nuestra infancia.
¿Qué alimentos amábamos,
y qué ha cambiado?
Puede ser pasar una tarde tranquila
con un anciano,
escuchando sus recuerdos sobre la comida,
tal vez incluso ayudándolos
a cocinar algo que aman
y compartir una comida.
El amor puede ser recordar
que la humanidad es amplia
y que las opciones de comida difieren.
Podría tratarse de mostrar
respeto y curiosidad
en lugar de censurar
cuando veamos a alguien disfrutar
una comida realmente desconocida.
El amor puede ser tomarse
el tiempo de preguntar,
de buscar información,
contactarse con conocidos.
Incluso puede ser
una caminata tranquila en los fynbos
para ver si cierta planta te habla.
Eso pasa.
Me hablan todo el tiempo.
Y más que todo,
el amor es confiar en que
estos pequeños pasos exploratorios
tienen el potencial de guiarnos
a algo más grande,
a veces a respuestas muy sorprendentes.
Una curandera indígena me dijo una vez
que el amor es caminar
en la Madre Tierra
como su hijo más querido,
confiar en que ella valora
una intención honesta
y sabe cómo guiar nuestros pasos.
Espero haberlos inspirado
para empezar a reconectarse
con los alimentos de sus ancestros.
Gracias por escuchar.
(Aplausos)