Hace 4300 años, en la antigua Sumeria,
la persona más poderosa
en la ciudad de Ur
fue condenada a vagar por el desierto.
Su nombre era Enheduanna.
Era la gran sacerdotisa
de la diosa de la Luna
y la primera autora conocida
en la historia.
En el momento de su exilio,
había escrito 42 himnos
y 3 poemas épicos.
Pero Sumeria no había vuelto
a escuchar de ella.
Enheduanna vivió 1700 años antes de Safo,
1500 años antes de Homero
y alrededor de 500 años
antes del patriarca Abraham.
Nació en Mesopotamia,
la tierra entre los ríos
Tigris y Éufrates,
y la cuna de las primeras
ciudades y grandes culturas.
Su padre era el Rey Sargón el Grande,
el primero en la historia
en construir un imperio,
en conquistar y en unificar
las ciudades independientes
de Mesopotamia bajo una sola bandera.
Sargón era un semita del norte
que hablaba acadiano
y las ciudades Sumerias más
antiguas en el sur
lo consideraban un invasor extranjero.
A menudo se rebelaban para
recuperar su independencia,
quebrantando su dinastía.
Para borrar la brecha entre las culturas,
Sargón nombró a su única hija, Enheduanna,
como gran sacerdotisa en el templo
más importante del imperio.
Era usual que las mujeres de la realeza
desempeñaran papeles religiosos.
Le enseñaron a leer y escribir
en sumerio y acadiano,
y a hacer cálculos matemáticos.
La primera escritura del mundo
comenzó en Sumeria
como un sistema de contabilidad,
que permitía la comunicación
entre comerciantes locales
y comerciantes en el extranjero.
Los pictogramas para llevar cuentas
se convirtieron en un sistema de escritura
unos 300 años
antes del nacimiento de Enheduanna.
Este estilo de escritura,
llamada cuneiforme,
se hacía con una caña
presionando en arcilla suave
para hacer marcas en forma de cuña.
Pero antes de que llegara Enheduanna,
este tipo de escritura se usaba
para registros y transcripciones
en lugar de para obras originales
de autores individuales.
La ciudad de Ur de Enheduanna
tenía 34 000 habitantes,
tenía calles estrechas,
casas de ladrillo de varios pisos,
graneros y sistemas de irrigación.
Como gran sacerdotisa, Enheduanna
organizaba el almacenamiento
de grano de la ciudad,
supervisaba cientos
de trabajadores en el templo,
interpretaba sueños sagrados
y presidía el festival de la luna nueva
y los rituales de celebración
de los equinoccios.
Enheduanna se dio a la tarea de
unificar la antigua cultura sumeria
con la más reciente civilización acadiana.
Para lograrlo, escribió
42 himnos religiosos
que combinaban ambas mitologías.
Cada ciudad mesopotámica
era gobernada por una deidad patrona,
por lo tanto, sus himnos
eran dedicados al dios patrono
de cada ciudad.
Alababa el templo de la ciudad,
exaltaba los atributos de cada dios
y explicaba la relación del dios
con otras deidades del panteón.
En sus escritos, humanizó
a los dioses que eran antes distantes.
Ahora sufrían, peleaban, amaban y
respondían súplicas humanas.
La contribución literaria
más valiosa de Enheduanna
fue la poesía que escribió sobre Inanna,
la diosa de la guerra y el deseo.
La divina energía caótica
que le da la chispa al universo.
Inanna se deleitaba en todas
las formas de expresión sexual
y se consideraba tan poderosa que
trascendía los límites de género,
al igual que
sus representantes terrenales,
que podían ser prostitutas,
eunucos o travestis.
Enheduanna colocó a Inanna
en la cima del panteón
como la diosa más poderosa.
Sus odas a Inanna marcaron la primera vez
que un autor usó el pronombre "yo",
y la primera vez
que se utilizó la escritura
para explorar emociones
profundas y privadas.
Después de la muerte del padre
de Enheduanna, el rey Sargón,
un general aprovechó
para dar un golpe de estado.
Como Enheduanna
pertenecía a la familia regente,
se convirtió en un blanco,
y el general la desterró de Ur.
Su sobrino, el legendario rey
sumerio Naram-Sim,
aplastó el levantamiento
y restauró el poder de su tía
como gran sacerdotisa.
Enheduanna sirvió
como gran sacerdotisa por 40 años.
Luego de su muerte, se convirtió
en una deidad menor,
y su poesía fue copiada,
estudiada y dramatizada
en todo el imperio por más de 500 años.
Sus poemas influenciaron
el Antiguo Testamento hebreo,
las epopeyas de Homero y
los himnos cristianos.
Hoy en día, la herencia de Enheduanna
todavía existe en tablillas de arcilla
que han resistido el paso del tiempo.