En el siglo XVIII, el botánico sueco Carolus Linneo diseñó el reloj floral, un reloj hecho de plantas que se abrían y cerraban según el período del día. El plan de Linneo no era perfecto, pero la idea detrás de ello era correcta. Las flores pueden indicar la hora teniendo en cuenta ciertos factores. La campanillas despliegan sus pétalos con precisión de relojero al amanecer. Si un nenúfar blanco se cierra es señal de que es pasado mediodía y la flor de luna, como su nombre indica, solo se abre al anochecer. ¿Pero que les otorga este sentido innato de tiempo? Que no solo tienen las plantas. Muchos organismos en la Tierra parecen ser intrínsecamente conscientes de qué hora es durante el ciclo diurno. Esto se debe a los ritmos circadianos, el sincronizador interno que genera el ritmo de muchos seres vivos. Estos relojes biológicos permiten a los organismos hacer un seguimiento del tiempo y recuperar las señales ambientales que les ayudan a adaptarse. Eso es importante, porque la rotación y la translación del planeta nos indica que estamos en constante movimiento, aunque siguiendo un modelo repetitivo y predecible. Los ritmos circadianos incorporan diversos elementos naturales que regulan los estados de sueño y vigilia de un organismo, y cuando hay que realizar ciertas actividades. Para las plantas, la luz y la temperatura son estímulos que desencadenan reacciones que se desarrollan a escala molecular. Las células de los tallos, hojas y flores contienen fitocromos, diminutas moléculas que detectan la luz. Cuando eso sucede, los fitocromos inician una cadena de reacciones químicas, y pasan el mensaje a los núcleos celulares. Allí, los factores de transcripción desencadenan la producción de proteínas requeridas en los procesos regulados por la luz ambiente, como la fotosíntesis. Estos fitocromos no solo perciben la cantidad de luz recibida por la planta, sino que también detectan pequeñas diferencias en la distribución de la frecuencia de longitudes de onda de luz visible. Basándose en esta detección afinada, los fitocromos permiten a la planta discernir el momento de día --la diferencia entre el mediodía y la noche-- y el lugar, si se encuentra bajo luz solar directa o en la sombra, permitiendo a la planta ajustar sus reacciones químicas a su entorno. Esto empieza con las más madrugadoras. Unas horas antes de la salida del sol, las plantas ya están activas, produciendo plantillas de mARN para la maquinaria fotosintética. Como los fitocromos detectan un aumento de luz solar, la planta prepara sus moléculas antena, encargadas de captar de luz para sintetizarla y usarla para crecer durante la mañana. Después de cosechar la luz matutina, las plantas emplean el resto del día construyendo largas cadenas de energía en forma de polímeros glucosídicos, como el almidón. El sol se pone, y la jornada de trabajo se acaba, aunque ninguna planta permanece inactiva por la noche. En ausencia de luz solar, metabolizan y crecen, descomponiendo el almidón cosechado con la energía del día anterior. Muchas plantas tienen también ciclos estacionales. Cuando la primavera derrite la escarcha del invierno, los fitocromos perciben los días más largos y el aumento de luz, y un mecanismo, de momento desconocido, detecta el cambio de temperatura. Estos sistemas avisan a la planta y la ayudan a producir las flores para los polinizadores atraídos por un clima más cálido. Los ritmos circadianos actúan como enlace entre la planta y su entorno. Las propias plantas generan estos ciclos, y cada uno tiene un ritmo predeterminado. Aun así, estos relojes internos pueden adaptar sus oscilaciones según cambios ambientales y estímulos. En un planeta que está en constante movimiento, son los ritmos circadianos que permiten a una planta mantenerse fiel a su horario y mantener su propio tiempo.