Imagina que algún día te llamen
ante un panel del gobierno.
Aunque no hayas cometido ningún crimen,
ni hayas sido acusado
formalmente de uno,
eres repetidamente cuestionado
acerca de tus opiniones políticas,
acusado de deslealtad
y te piden incriminar
a tus amigos y compañeros.
Si no cooperas, corres el riesgo de
ir a la cárcel o perder tu trabajo.
Esto es exactamente lo que sucedió
en EE. UU. en la década de 1950
como parte de una campaña para
desenmascarar a presuntos comunistas.
Nombrado por su más notorio practicante,
el fenómeno conocido como macartismo
destruyó miles de vidas y carreras.
Durante más de una década,
líderes políticos estadounidenses
pisotearon las libertades democráticas
en nombre de su protección.
Durante las décadas de 1930 y 1940,
había habido un partido comunista activo
pero pequeño en EE. UU.
Su récord fue mixto.
Si bien desempeñó papeles cruciales
en amplias luchas progresistas
por los derechos laborales y civiles,
también apoyó a la Unión Soviética.
El Partido Comunista Estadounidense
desde el principio enfrentó ataques
de conservadores y líderes empresariales,
así como de liberales que criticaron sus
lazos con el régimen soviético opresivo.
Durante la II Guerra Mundial, al aliarse
EE. UU. y la URSS contra Hitler,
algunos comunistas estadounidenses
realmente espiaron para los rusos.
Cuando la Guerra Fría escaló
y este espionaje se conoció,
el comunismo nacional llegó a ser visto
como una amenaza a la seguridad nacional.
Pero el intento de eliminar esa amenaza
pronto se convirtió en el episodio
más largo y más extendido
de la represión política
en la historia estadounidense.
Estimulado por una red de burócratas,
políticos,
periodistas,
y hombres de negocios,
la campaña exageró salvajemente
el peligro de la subversión comunista.
La gente tras esto acosaba a cualquier
sospechoso de sostener puntos de vista
de centro-izquierda
o asociarse con los que los tenían.
Si colgabas arte moderno en tus paredes,
tenías un círculo social multirracial,
o firmabas peticiones
contra armas nucleares,
podrías ser un comunista.
A partir de finales de la década de 1940,
el director del FBI, J. Edgar Hoover,
utilizó los recursos de su agencia para
perseguir a tales supuestos comunistas
y eliminarlos de cualquier
posición de influencia
dentro de la sociedad estadounidense.
Y los estrechos criterios que utilizaron
Hoover y sus aliados
para examinar a los empleados federales
se extendió al resto del país.
Pronto, estudios de Hollywood,
universidades,
fabricantes de automóviles,
y miles de otros empleadores
públicos y privados
imponían las mismas pruebas políticas a
los hombres y mujeres que trabajaban allí.
Mientras tanto, el Congreso llevó a cabo
su propia cacería de brujas
citando a cientos de personas a testificar
ante los organismos de investigación
como el Comité de Actividades
Estadounidenses de la Cámara.
Si se negaban a cooperar,
podrían ser encarcelados por desacato,
o más comúnmente,
despedidos y puestos en la lista negra.
Políticos ambiciosos, como Richard Nixon
y Joseph McCarthy,
utilizaron tales audiencias
como un arma partidista
acusando a los demócratas
de ser blandos con el comunismo
y deliberadamente perdieron China
para el bloque comunista.
McCarthy, un senador
republicano de Wisconsin
se hizo notorio por ostentar listas
siempre cambiantes de presuntos comunistas
dentro del Departamento de Estado.
Respaldado por otros políticos,
continuó haciendo acusaciones escandalosas
mientras distorsionaba
o fabricaba evidencia.
Muchos ciudadanos injuriaron
a McCarthy mientras que otros lo alababan.
Y cuando estalló la Guerra de Corea,
McCarthy pareció justificado.
Una vez que se convirtió en presidente
del subcomité permanente del Senado
sobre investigaciones en 1953,
la imprudencia de McCarthy aumentó.
Su investigación al ejército volvió
finalmente la opinión pública contra él
y disminuyó su poder.
Los colegas de McCarthy en el Senado
lo censuraron
y murió menos de 3 años después,
probablemente por alcoholismo.
El macartismo terminó también.
Había arruinado cientos,
si no miles, de vidas
y redujo drásticamente
el espectro político estadounidense.
Su daño a las instituciones democráticas
sería duradero.
Con toda probabilidad,
había Demócratas y Republicanos
que sabían que las purgas anticomunistas
eran profundamente injustas
pero temían que oponerse directamente
les hiciera daño a sus carreras.
Incluso la Corte Suprema no logró
detener la caza de brujas,
condonando graves violaciones
de los derechos constitucionales
en nombre de la seguridad nacional.
¿El comunismo interno era una amenaza
real para el gobierno estadounidense?
Quizás, pero pequeña.
Pero la reacción a ella fue tan extrema
que causó mucho más daño
que la propia amenaza.
Y si nuevos demagogos aparecieran
en tiempos de incertidumbre
para atacar a las minorías impopulares
en nombre del patriotismo,
¿podría suceder de nuevo?