Hércules, el hombre más fuerte
del mundo, con un corazón inigualable;
Orfeo, encantador de la naturaleza
y maestro de la música;
Cástor y Pólux, los sagaces gemelos
nacidos de un huevo;
los Boréadas, hijos del viento norte,
capaces de volar por los aires...
Desde tiempos inmemorables, estos héroes
han recorrido la antigua Grecia
creando leyendas a su paso.
Pero ninguna de sus aventuras fue tan
colosal como cuando unieron sus fuerzas
para ayudar a un joven llamado Jasón.
Años atrás, el tío de Jasón, Pelias,
había robado el trono de Tesalia
al abuelo de Jasón.
Cuando Jasón regresó
a la anterior corte de su padre,
el rey cobarde dispuso para él
una tarea aparentemente imposible:
cruzar los caudalosos mares
hasta la Cólquide
y robar al rey Aetes
el vellocino de oro de un carnero alado.
Si Jasón conseguía el vellocino,
Pelias prometió que cedería el trono.
Conmovidos por esta heroica misión,
los Dioses difundieron
el pedido de ayuda de Jasón,
quien rápidamente reunió
una tripulación bastante variopinta.
Estos héroes, acompañados
por numerosos marineros,
clarividentes y semidioses rebeldes,
adoptaron el nombre de "argonautas",
en honor a su resistente barco.
Pero su camino estuvo plagado
de indecibles horrores,
suficientes como para poner a prueba
a los más valientes héroes.
Su primera escala fue Lemnos,
una isla habitada por mujeres
que habían asesinado a todos los hombres.
Como castigo, Afrodita las había maldecido
con un hedor repugnante,
pero esto no disuadió a Jasón,
quien engendró gemelos con la reina.
El resto de la tripulación también
se enredó en nuevos romances;
pero Hércules los reprendió
por no comportarse como héroes.
Finalmente, zarparon
y llegaron al "Monte de los Osos",
una isla en la que vivían
antiguos monstruos de seis brazos
junto con los pacíficos doliones.
El clan recibió a los argonautas
con los brazos abiertos,
pero los monstruos
descendieron de las montañas
y arrojaron rocas
al barco atracado en el muelle.
Hércules se enfrentó
a ellos por su cuenta.
Luego, sus camaradas
se unieron al combate.
Envalentonados por el triunfo,
los victoriosos héroes siguieron su viaje,
pero las fuertes tormentas los condujeron
de regreso a la isla días después.
En medio de la tempestad, los doliones
los confundieron con invasores.
Los argonautas también ignoraban
lo que los rodeaba,
por lo que lucharon
torpemente en la oscuridad
y derrotaron a todos sus oponentes.
Pero la luz del sol
les mostró la horrenda verdad:
sus víctimas no eran otros
que sus anteriores anfitriones.
Una vez más, Jasón había permitido
que sus compañeros se distrajeran,
y esta vez el precio a pagar fue terrible.
Avergonzado, decidió concentrar
sus esfuerzos únicamente en el vellocino,
pero hasta esta determinación
resultó negativa.
Cuando un escudero de Hércules
fue secuestrado por una nereida,
Jasón siguió adelante
sin notar la ausencia
de su más poderoso aliado.
Los argonautas restantes
continuaron su misión,
y se encontraron con un anciano
rodeado por un remolino de arpías.
Se trataba de Fineas, un adivino
a quien Zeus había maldecido con vejez,
ceguera y tortura eterna
por haber revelado sus profecías.
Conmovidos, los hermanos alados
espantaron a las harpías,
otorgando así una breve pausa
al castigo de Fineas.
Como agradecimiento,
el adivino les dijo cómo superar
el aterrador desafío que les esperaba:
las Simplégades,
un par de rocas que al chocar entre sí
destruían las embarcaciones.
Pero los argonautas debían primero
atravesar la boca del infierno,
cerca de la isla de
las sanguinarias amazonas
y bajo cielos psicodélicos.
Estas aventuras redujeron tanto
el número de tripulantes como su ánimo,
y algunos temían volverse locos.
Al llegar a las rocas coincidentes,
la agotada tripulación tembló de miedo.
Pero los argonautas
recordaron el consejo de Fineas,
liberaron una paloma,
se apresuraron detrás de ella
y así pasaron ilesos.
Tras este escape estrecho,
los argonautas finalmente
se encontraban cerca de la Cólquide.
A pesar de todo, mientras Jasón
descansaba y celebraba con su tripulación,
sentía que su tiempo
con ellos estaba llegando a su fin.
Mientras más se acercaba al vellocino,
mejor entendía que debía
conseguirlo por su cuenta.
Pero no podría haber imaginado
que esta tarea final demandaría
el precio más alto de todos.