Como ven, tengo notas de ayuda.
Las he traído para que me ayuden
a centrarme en mi mensaje,
y para que, al mismo tiempo,
me protejan de recuerdos dolorosos
y de pensamientos intrusivos.
Porque mi historia no es fácil de contar.
De hecho, cada vez que cuento
mi historia, revivo mi trauma.
Pero si compartir mi historia
significa que una chica más
tiene la oportunidad de ser libre,
merecerá la pena.
Crecer en mi familia no fue fácil.
Los problemas de salud mental y los abusos
pueden desestabilizar una familia.
Pero el abuso no existe solo en un vacío.
No empieza ni se detiene así,
sin más, en la vida de un individuo.
Se infiltra en cada acción
y actividad de su ser.
Los problemas de salud mental
y los abusos llevaron al abandono,
y el abandono me llevó
a las calles de Scarborough
siendo muy pequeña.
Recuerdo con claridad
la vuelta al colegio.
Recuerdo que cada año
el profesor nos decía:
"Escriban lo que hicieron este verano".
Yo estaba muy avergonzada;
me quedaba paralizada.
Yo no iba a campamentos.
No, no iba a una cabaña.
Yo era la niña que
jugaba fuera todo el día .
No había una estructura regular.
No había rutina para casi nada.
Un verano, me violó un extraño.
Otro verano, los chicos del barrio
abusaron de mí y me humillaron.
Siempre estaba en modo
de lucha o de huida.
Era como si el peligro
acechara en cada esquina.
Lo que aprendí ese verano
fue a permanecer hiperalerta,
a evitar ataques...
algo que ninguna niña debería aprender.
Pero no paró con los chicos del barrio.
Más tarde abusó de mí
un pedófilo multigeneracional.
Y fueron sus palabras
las que me atraparon.
Cuando me dijo:
"Tus padres ya no te querrán
si me delatas",
en mi entorno solitario, le creí.
Y mis comportamientos comenzaron
a reflejar el ambiente en el que vivía.
No recuerdo en esa época ningún momento
en el que sintiera que mi cuerpo era mío.
A los 17, empecé a ir de club en club.
Empecé a ser estríper.
Y después trabajé para una revista porno,
donde conocí a la gente
más peligrosa que imaginé.
Aun así, estaba en esta búsqueda sin fin
de tener alguna forma de decisión
sobre mi propio cuerpo,
una fuente de poder
que nunca antes había tenido.
Un día sonó mi teléfono.
Yo estaba en mi auto,
con el tanque de gasolina vacío.
Era mi antiguo compañero de trabajo
de la empresa de revistas.
Me llamaba para decirme que dirigía
el salón de masajes más grande de Toronto
y quería que me uniera a su "establo".
La palabra "establo" ni siquiera
me hizo pararme a pensar.
Por fuera, parecía un negocio normal,
pero no lo era.
El salón tenía 10 habitaciones
y siempre estaban ocupadas.
Había entre 40 y 60 chicas
que rotaban en el spa.
Un masaje costaba entre 40 y 50 dólares.
Nos llevábamos una comisión
de 10 dólares, si es que no nos multaban.
Y podían multarnos
por casi cualquier cosa:
llegar tarde, contestar
o no estar perfectamente arreglada.
Se esperaba
que las chicas pudieran ganar
bastante más dinero
por hacer extras.
Y con hacer extras
me refiero a alguno de los actos
más inimaginables y degradantes.
Había redadas policiales en estos sitios,
pero ningún policía o funcionario
me ofreció ayuda alguna vez.
Nunca me dijeron:
"Oye, ¿no preferirías
estar en otro sitio?",
o "Conozco a alguien
a quien puedes llamar.
¿Puedo ponerlos en contacto?".
Y esa fue mi vida durante casi
los siguientes nueve años.
Quizás estén escuchando
mi historia y piensen:
"¡Qué chica tan tonta!".
Pero yo no era tonta.
Era vulnerable.
Era ingenua y era el objetivo perfecto.
No tenía un sentimiento de pertenencia.
No me sentía querida ni valorada
por otra cosa que no fuera mi cuerpo.
Había empezado a engañarme:
"Lo he elegido yo. Gano
este dinero por decisión propia".
Pero mirando hacia atrás,
yo no había elegido nada.
Eso no era trabajo,
sino tráfico de personas.
Me decían cómo vestirme,
con quién acostarme,
dónde vivir... todo.
Casi siempre tenía miedo.
El hombre que me reclutó
me manipuló para que creyera
que él era mi protector,
mi novio,
pero no lo era.
Era mi traficante y yo era
poco más que su propiedad.
Con el tiempo, me hizo encargada.
Me obligó.
No lo hizo para salvarme.
No fue un ascenso.
Lo hizo para construir
su posición y aumentar su poder.
En lo formal, dirigía un salón
de masajes con licencia.
Esto lo hacía parecer
un hombre de negocios legítimo.
Esta licencia
permite masajear, presionar o estimular
cualquier músculo del cuerpo humano.
Oficialmente,
estas palabras no significan
que el sexo esté incluido,
pero mi experiencia y la de otras miles
sugiere algo distinto.
En algún lugar entre la letra de la ley,
las prácticas depredadoras de los dueños
y encargados de los salones de masajes,
y la disposicón de los policías
a mirar hacia otro lado,
nuestra ciudad ha creado un sistema
de burdeles con licencia.
Una sala de masajes mantiene un horario,
gestiona toda la publicidad
y todas las llamadas,
y así libera al traficante
para buscar otra víctima.
Los compradores no tienen
que ir a un motel de mala muerte.
Los salones de masaje
y los centros holísticos,
los que están de camino
al trabajo o a nuestra casa,
muestran una fachada
de aceptabilidad,
de seguridad y de opción
por parte de la mujer.
Pero es incluso peor:
el hecho de que todo esto suceda
dentro de un sistema con licencia
significa que estamos consagrando
el derecho de un hombre
a comprar a un ser humano
que vive y respira.
De eso se trata.
Así es el tráfico sexual en Canadá.
Es el burdel escondido a plena vista,
donde las mujeres están atrapadas
y muchas esclavizadas.
Y aquí, todos nosotros,
todos nosotros creemos equivocadamente
que todo esto es elección de la mujer.
Como ven, nuestras ciudades habilitan
estos salones y centros holísticos.
Y bajo su punto de vista,
no están otorgando
licencia oficial para un burdel,
pero saben perfectamente
lo que pasa a puertas cerradas.
No todos los centros de masaje son así.
No, los dueños legítimos
no abren hasta las 4:00 a. m.
No muestran a su personal en poca ropa
ni en páginas web de acompañantes.
Ahora bien, ¿cómo es que este tipo
de salones de masajes existen?
Aquí, en Canadá, cada distrito
tiene el poder y el control
para otorgar estas licencias en sus áreas.
En los niveles más altos del gobierno,
saben que existen estos problemas,
pero no admiten su responsabilidad
al decir que ellos
no toman las decisiones,
sino los distritos.
Incluso uno de nuestro políticos
más célebres y exitosos
fue visto en un salón de masaje,
sin que eso mellara su carrera.
Es como si dijéramos:
"Estamos conformes con esto".
Pero me niego a creerlo, rotundamente.
Estuve en una reunión
con los más altos funcionarios
de licencias municipales.
Pregunté específicamente:
"Uds. saben que aquí
no solo dan masajes, ¿verdad?".
¿La respuesta?
"Sí, sabemos que son
solo fachadas de burdeles".
Todo el mundo conoce este problema,
pero nadie toma la iniciativa
para solucionarlo.
Al final acabé escapando
de mis circunstancias.
Dormí, literalmente, durante tres días.
Mi alma estaba herida,
para la cual no había hospital.
Descubrir mi fe en una comunidad
que me apoyaba
me guió a buscar consuelo,
donde comenzó mi camino
hacia la recuperación.
Porque salir es una cosa,
pero seguir fuera es igual de difícil.
Habiendo entendido esto,
comencé BridgeNorth.
Quiero ser parte de la solución.
Quiero ayudar a acabar
con el tráfico sexual en Canadá.
Ofrecemos servicios a las mujeres.
Se ponen en contacto con nosotros
para recibir consejo y apoyo,
atención médica, asistencia alimentaria
y muchos otros servicios.
También ofrecemos educación pública
y abogamos por cambiar nuestras leyes,
porque este problema aún
está escondido a la vista de todos.
Pero hay más víctimas de las que piensan.
Algunas entran en este
peligroso mundo como hice yo;
otras, niñas y jóvenes,
son tentadas para abandonar
su hogar adoptivo,
orfanatos, refugios
o sus propias familias.
El hilo conductor
es que los traficantes buscan explotar
la vulnerabilidad de su víctima,
algo que sucede todo el tiempo.
Donde estaba yo, había
hasta 60 mujeres trabajando.
El salón de masaje en el que estaba
ganaba unos dos millones al año.
Eso no incluye el dinero
que sacaban las chicas
en las habitaciones.
Esa tajada iba para el traficante.
No incluye el dinero que se saca
por ir a fiestas fuera de horario
o por otras cosas,
como vender drogas o armas.
Imaginen por un segundo
que ese es un solo lugar.
Imaginen los miles de lugares
como este en todo Canadá.
Ahora bien, como sobreviviente,
creo que tenemos que abordar
primero los problemas sistémicos
que fomentan la trata.
Es por eso que en 2014,
denuncié la explotación sexual
ante la justicia y el Comité
de los Derechos Humanos.
Ayudé a presionar por la aprobación
de un proyecto de ley llamado
"Ley de Protección de las Comunidades
y de las Personas Explotadas".
Abogamos para que Canadá
adopte las prácticas líderes de Suecia.
Este modelo nórdico
penaliza a los compradores
y ayuda a las mujeres a salir.
Este proyecto fue aprobado y ahora es ley.
Aun así, no estamos viendo
que se haga demasiado.
No están arrestando a los compradores,
no se están financiando
los servicios adecuados
que las mujeres necesitan
para sanar y recuperarse.
Entonces, aquí y ahora,
tenemos el marco legal,
pero no se está aplicando.
Desde Canadá,
que es normalmente un líder
en tantos frentes,
un país famoso por
el empoderamiento de las mujeres
y por la igualdad de género,
aun así, necesitamos acciones
que coincidan con nuestras intenciones.
Así que ¿por dónde empezamos?
Primero, necesitamos
abolir el tráfico sexual.
Sus daños son inherentes
y simplemente no puede estar
autorizado ni legislado.
Segundo, las mujeres atrapadas deben
recibir el apoyo que las ayude a salir.
Estas mujeres deben estar protegidas
de las consecuencias de los malos actores.
Y finalmente, necesitamos más apoyo
de personas como ustedes,
simplemente como ustedes.
He hablado con numerosos funcionarios
federales y municipales,
y todos me dicen lo mismo:
"Solo me limito a tratar los problemas
que me señalan mis electores".
Escríbanles,
llámenlos,
díganles que la explotación y la trata
de esas mujeres en salones de masajes
no es aceptable.
En conclusión,
solo hace falta una persona,
realmente solo una.
Hoy comparto mi historia porque soy libre,
y no puedo dar por sentado esa libertad.
Creo que todos en nuestro país
deberían tener el mismo derecho.
Hoy estoy compartiendo mi historia
porque tengo esperanzas.
He visto, he sido testigo
de la fuerza de las mujeres
de las que estoy hablando.
Estas mujeres son futuras líderes.
empresarias,
mamás,
revolucionarias.
Todo lo que necesitan es
una oportunidad, como la que yo tuve.
Bastó con una persona.
Su nombre era Kathy;
su esposo, Jim.
Cada uno de ellos me tendió
una mano de amor.
Ambos me volvieron a mostrar
qué era la humanidad,
y me ayudaron a recuperar mi autoestima.
Y eso es algo que ustedes pueden
hacer por alguien más también.
(Aplausos) (Ovaciones)
Gracias.
(Aplausos) (Ovaciones)