William Shakespeare dijo que "el mundo entero es un teatro y los hombres y mujeres, simples actores". He de decirles que en mis experiencias como drag queen, estoy constante aprendiendo la lección entre jugar al engaño y representar un personaje. Todos los seres humanos experimentamos la tensión entre lo que creemos ser y cómo nos percibe el mundo. He aprendido muchas cosas en mi trayectoria como drag queen incluso que cuando me meto en mi papel tengo más en cosas en común con Uds. que diferencias. Porque la verdad es que todos aprendemos a disfrazarnos en la vida. Nos disfrazamos para descubrir dónde encajamos en nuestras relaciones, nuestros trabajos y nuestras aficiones. Nos disfrazamos para huir de nuestros miedos, vulnerabilidad e inseguridades, la presión de ser una versión más delgada, más feliz, más exitosa y más segura de nosotros mismos. Nos disfrazamos para estar a la altura de lo que la vida espera de nosotros. El CEO con todas las respuestas en un momento de crisis, La madre de la APA, siempre presente y sin despeinarse, la versión que otros tienen del hijo o la hija perfectos, la pareja perfecta. Nos disfrazamos cuando nuestra vida social se vuelve tan activa que no tenemos tiempo de ocuparnos de nada remotamente real o emotivo. Como drag queen he aprendido que nos vestimos para que nos acepten los demás, mientras representamos un personaje en nuestra vida real porque nos parece más seguro y seductor, perdemos la habilidad de vivir nuestro auténtico yo, nos perdemos representando un personaje que vive en un mundo de fantasía con otros en vez de ser actores reales en un escenario. Ser drag queen es y sigue siendo el acto de rebelión definitivo para la familia latina, italiana, conservadora, republicana y católica del sur de Texas (Risas) (Aplausos) en la que nací. (Aplausos) Es agotador. Las Navidades son interesantes. Pero con una familia como la mía, nací en un mundo lleno de expectativas y exigencias sobre cómo debería ser como hombre. Ser drag queen no era una de ellas, pero es lo que soy. Así que nunca olvidaré la mirada de terror de mi madre cuando le dije que quería seguir disfrazándome de mujer de mayor como los chicos del show de Jerry Springer. (Risas) Tenía 5 años. No tengo ni idea por qué estábamos viendo a Jerry Springer. (Risas) Pero lo que yo recuerdo como algo bello mi madre me dijo que era pecado. Lo cierto es que vestirme de drag es y sigue siendo el homenaje a quien soy en la vida. Representar un personaje me ha devuelto a la persona que soy bajo el maquillaje, al actor que vive tras el personaje en un mundo superficial que nos dice a todos que de algún modo podríamos ser mejores versiones de nosotros mismos. De niño, muy en el fondo sabía que la persona que era, probablemente no cambiaría nunca. Hice todo lo que pude para convencer al mundo y a mi familia de que podía ser otra persona por fuera. Por entonces, no veía dónde me estaba metiendo, pero el drag sigue siendo mi camino real hacia fuera del armario. Ser drag queen es el camino que me ha salvado la vida. Creé un personaje como acto desesperado para reconciliarme con algo profundo y familiar. Cuando salí del armario perdí todo lo que podía imaginar. Perdí el apoyo de mi familia, perdí mis sentimientos de amor, conexión, pertenencia, mi sentido de la fe. Perdí todo y a todos en mi vida por los que estaba haciéndome pasar por alguien que no soy. Con 21 años, cuando me miraba al espejo, la persona reflejada era el mayor desconocido que había visto nunca. Pero, ¿cómo no lo iba a ser? Toda mi vida me habían empujado a vivir una mentira. Había aprendido a dejar de lado a mi verdadero yo para dar paso a quien tenía que representar para sentirme seguro y aceptado. Perderlo todo, al contrario de lo que pensaba, no fue un "Game Over" como en Super Mario. Tenía una segunda oportunidad. Perderlo todo supuso un reinicio de mi autenticidad, donde mi vida, si podía aceptar quién era, podía ser genuina, honesta, y verdadera. Así que creé este personaje para huir del niño enfadado, asustado e inseguro en el que me había convertido viviendo en mi armario. Siendo Fonda, conocí un mundo donde se me percibía como una persona valiente, segura y hermosa. Me pondría en pie y lucharía contra el ideal heteronormativo. con mi laca, mi purpurina, y mis tacones de aguja. (Risas) Por una vez en mi vida me sentí amado, apreciado y aceptado. Cuando me ponía la peluca y el maquillaje, mi vida se hacía más real. Pero también lo hacían los monstruos de los que estaba huyendo. Vistiéndome de Fonda Cox aprendí que los personajes que había interpretado en mi vida no eran personajes drag. Era Eric, era el niño al que nunca se le permitió ser, el chico con un desorden alimentario, el chico que necesitaba que le quisieran y ser siempre el centro de atención. Era el chico que se mostraba orgulloso de ser gay en vez de abrirse y reconocer lo avergonzado que estaba de serlo. Estoy tan agradecido de haber escuchado por fin a la gente que me rodeaba. Gracias a ello me di cuenta de que Fonda Cox y Eric Dorsa son la misma persona, de que un actor no puede existir si no tiene una conversación con los personajes de su vida. Lo que Fonda tenía, yo también lo tenía. El amor y aceptación que sentía en el escenario eran reales. He aprendido que la vergüenza es un abusón que me mete en el armario a rastras y después me encierra dentro. En el armario aprendí a esconder mi vulnerabilidad y mis inseguridades al mundo, y en realidad también mi humanidad. Pero al desprenderme de mis disfraces he tomado mi armario y lo he hecho mi aliado. Porque ¿qué metemos en un armario sino nuestros vestidos, nuestros recuerdos y nuestras pertenencias? En un armario están seguros, guardados, y sabemos a dónde ir cuando los necesitemos. He hecho de mi armario mi aliado. Ahí escondí partes de mí de las que pensaba que el mundo de la crítica no querría saber nada. A veces aún me sorprendo dentro de mi armario, con la puerta cerrada dispuesto a disfrazarme para enfrentarme al mundo de la crítica. Pero ahora me digo la verdad, que el público al otro lado de esa puerta es una sala llena de fans, no de críticos. Gente que está preparada para mirarme y apreciarme como el actor que soy. Un mundo en el que no necesito un disfraz para encajar. Un mundo donde se me recibe con amor y curiosidad, no con miedo. Fonda Cox ya no es un personaje que represento en la vida. Es y sigue siendo mi camino hacia fuera del armario. Me recuerda al chico que soy antes de que oyera hablar de normas de género, antes de que me metiera hasta el fondo en un armario gay, antes de que oyera al mundo o a mi familia decir que ser quien soy está mal. Fonda Cox es lo que me recuerda al chico que fui, que sólo quería jugar a disfrazarse. Me recuerda al niño que quería que su madre también le pintara las uñas, y los "y si" no paraban hasta que le regalaron un horno de juguete que funcionaba de verdad. He aprendido que cuando vivimos nuestras vidas en secreto, a puerta cerrada, nos alejamos y tenemos miedo de aquellos que se parecen a lo que intentamos ocultarle al mundo. Todos vivimos en una realidad de nosotros contra ellos, donde esperamos que la gente vea a quienes tratamos de ser en vez de quienes somos realmente. Una pregunta: ¿Cómo se disfrazan en sus vidas? ¿Qué personajes se sorprenden a sí mismos interpretando? El personaje no podría existir de no ser por el actor porque ese es el tú que forma parte de sus vidas. Ese es el tú que queremos ver el que merece amor y reconocimiento. Ese es el "tú" que han nacido para representar. Muchas gracias. (Aplausos)