Cómo enseñar a ser ciudadanos globales | Jason Beech | TEDxRíodelaPlataED

Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente de las conferencias TED. Más información en: http://ted.com/tedx

¿Qué aprendemos en la escuela sobre nuestra pertenencia al país donde vivimos? Jason nos explica qué rol tiene ese aprendizaje en problemas como la discriminación y qué podríamos hacer para ayudar a formar ciudadanos globales. Investiga sobre la globalización de las políticas educativas y la relación entre ciudadanía, educación y cosmopolitismo. Es profesor de Sociología de la Educación y Educación Comparada en la Universidad de San Andrés, donde también dirige el Centro de Innovación Pedagógica. Es investigador independiente del CONICET y tiene un Doctorado en Educación del Institute of Education de la Universidad de Londres. En 2016 ganó el premio Konex de humanidades/educación.

Apenas nací, mi abuelo Beto
me puso una camiseta de Boca.

En mi familia somos todos de Boca.

Mis tíos, Aitor, el Negro,
me contaban historias gloriosas

del mejor equipo de fútbol
de la Argentina.

Bueno, en realidad, del mundo.

Especialmente les encantaba hablarme

de partidos que le habíamos ganado
a nuestro archirrival.

Y los domingos nos juntábamos
a comer un asado.

A veces mi abuela hacía ñoquis.

La comida iba variando,

pero lo que no cambiaba nunca era
que a la tarde nos juntábamos todos

a escuchar el partido en la radio.

Un día, cuando crecí,
mi papá me llevó a la cancha.

A la mítica Bombonera.

¡Oh, no me olvido nunca!

Mi familia, así, me fue transmitiendo

un sentido de pertenencia
a una comunidad,

que yo después se lo pasé a mis hijos.

Nosotros somos de Boca
y Boca es nuestro equipo.

Si lo pienso, esto no es muy distinto
de lo que viví en la escuela.

De lo que hacen todas las escuelas
para promover la identidad nacional.

Usamos símbolos como
la bandera, el himno,

contamos historias y cuentos grandiosos

acerca de lo único e irrepetible
que es nuestro país.

Tenemos rituales, algunos próceres
y hasta también rivales.

Nadie nace biológicamente
japonés, venezolana o mexicano.

Necesitamos que otros
se acerquen a nosotros

y nos enseñen cómo es esto de ser parte,

de sentirnos parte de
una comunidad como la Nación.

De ese modo, podemos pensar
que el patriotismo

es el resultado de un enorme esfuerzo

que se hace de generación en generación

para mantenernos unidos.

Para poder vivir juntos
en un territorio que llamamos nuestro

y al que le tenemos respeto
y del cual nos sentimos responsables.

La buena noticia es que

si el patriotismo es una construcción
que hicimos entre todos

también podríamos pensar que
podemos dar un pasito más.

Y a eso dedico gran parte de mi trabajo.

A pensar cómo podemos formar personas

que aprendan a convivir
y colaborar a nivel global.

Nadie quiere dejar de amar a su patria
ni de defenderla, por supuesto,

pero sí creo que podemos repensar
algunos de los modos

en que aprendemos a vivir con otros.

Evelin fue mi alumna en la universidad.

Ella es porteña, como le decimos
a la gente de la Ciudad de Buenos Aires.

Habla en porteño. Dice che, pibe, boludo.

Sus padres son coreanos.

Ella hizo su tesis conmigo sobre
los migrantes coreanos en Argentina.

Me contaba que cuando va a un café
en la ciudad de Buenos Aires,

se sienta, y los mozos generalmente
le hablan en inglés.

Y se sorprenden cuando ella
les contesta en su perfecto porteño.

Hace poco supe también de la historia
de María Magdalena Lamadrid.

María Magdalena es la presidenta
de la Fundación África Vive,

que se dedica a hacer visible

la presencia de afrodescendientes
en Argentina.

A hacerla visible porque el saber popular

y algunas de las historias que
nos cuentan indican erróneamente

que en Argentina
no hay gente de origen africano.

Es un error, no, no es así.

Y a María Magdalena una vez
le pasó algo terrible.

Llega al aeropuerto para viajar,

iba a una convención representando
a los afrodescendientes argentinos,

creo que era en Panamá,

y cuando llega
al aeropuerto en Buenos Aires

la detiene la policía migratoria

y le quita el pasaporte
y le dice que es falso.

Parece que en la manera de ver
de estos policías

no había forma de que hubiera
una persona como María Magdalena

que sea negra y argentina.

Hoy no importa mucho dónde vivamos.

Estamos en contacto permanente
con otras culturas.

Y si me encuentro con alguien
de Japón o de India,

seguramente me llamen la atención
las diferencias.

Pero ¿no tenemos también mucho en común?

Hay una película, Cartas desde Iwo Jima,

que tiene una escena que
me hace pensar mucho acerca de esto.

Y se las voy a contar. Es algo así.

Hay un grupo de soldados japoneses
que están en una cueva, en una isla,

defendiéndose de un ataque de EE.UU.
durante la Segunda Guerra.

Y tienen un prisionero.

El prisionero se muere
con un papel en la mano.

Y enseguida se empiezan a preguntar
si no serían los planes del enemigo.

Y le piden a uno
que sepa inglés que los lea.

Pero no, no eran los planes del enemigo.

Era una carta.

Una carta de la madre que le decía
que lo quiere, que lo extraña,

que ojalá la guerra termine pronto.

Y le contaba cuentos de la granja
y del pueblo donde vivían.

Uno a uno, a medida que
van escuchando la lectura,

los soldados japoneses
se van poniendo de pie

y se sacan el casco para homenajearlo.

Esa carta era exactamente igual

a la carta que ellos
habían recibido de sus madres.

Esa carta convirtió a un enemigo
en un semejante.

Y esos soldados no pudieron pelear más.

Piensen cuánta violencia
se genera en el mundo

por poner el foco en las diferencias.

En la religión, en la nacionalidad,
el color de piel.

Los humanos como especie
nos enfrentamos a enormes desafíos.

La crisis climática,

el crecimiento de las desigualdades
a nivel global, las pandemias.

Y también el de convivir
entre aquellos que somos diferentes.

Nos espera un mundo, un futuro,
plagado de decisiones éticas

que vamos a tener que tomar como especie.

Y solo lo vamos a poder hacer bien
si colaboramos uno con el otro.

Es por eso que yo creo
que es absolutamente clave

que en las escuelas vayamos
más allá de la rivalidad futbolera.

Más allá del Boca-River.

Hoy en día, las políticas educativas

se centran mucho en la importancia

de que los estudiantes aprendan
matemática, lengua, ciencias.

Y eso está muy bien, por supuesto.
Hay que hacerlo.

Pero no alcanza.

Creo que necesitamos una escuela

que nos enseñe a convivir
y a colaborar con el otro,

con el que es diferente.

Con el que piensa distinto.

Y una buena manera de empezar a hacer eso

es empezar por darnos cuenta

de que nuestros estudiantes
ya son ciudadanos y ciudadanas

que todos los días toman decisiones
éticas en un mundo hiperconectado.

Creo que sería genial
si pudiéramos usar esas experiencias

como punto de partida para
poder ofrecerle a estos estudiantes,

a nuestros estudiantes,

una educación ética bien práctica.

Una educación ética
que les sirva como guía

para la toma de decisiones cotidianas.

Podemos empezar
con algo simple y hasta banal

como pensar acerca de la ropa que usamos.

¿Por qué elegimos la ropa que elegimos?

¿Cómo se configuran nuestros gustos?

¿Son realmente nuestros?

¿Qué simbolizan y a qué tribu
nos hacen pertenecer?

Después podríamos preguntarnos
sobre cómo se produce esa ropa

y cómo esos modos de producción
interactúan con el calentamiento global

o con el crecimiento
de las desigualdades.

Y así nuestros estudiantes
podrían debatir y conversar

acerca de la interdependencia del mundo.

Acerca de cómo nuestras acciones,
incluso acciones tan simples

como la ropa que elegimos,

pueden tener un impacto
en personas muy lejanas,

y en otros seres vivos,
y en la Tierra como un ecosistema.

Y si nuestras acciones
tienen impacto en otros

eso implica una responsabilidad moral.

Tenemos que proponer en las escuelas
debates sobre esa responsabilidad.

Y seguramente nos vamos
a encontrar con estudiantes

que tengan posiciones
bien distintas, encontradas,

y hasta debates muy acalorados.

Buenísimo.

Sería un momento espectacular
para poder desarrollar una habilidad

que yo creo que es clave
para poder convivir a escala global.

La capacidad de conversar genuinamente
con el otro, con el diferente,

con el que piensa distinto.

No necesariamente
para tratar de convencerlo.

Ni tampoco es necesario
llegar a un acuerdo.

Basta con que hagamos un esfuerzo
para tratar de entenderlo.

Entender por qué piensa como piensa.

Y por qué defiende los valores
y las ideas que defiende.

Realmente ¿necesitamos estar todos
de acuerdo para poder convivir?

Yo creo que no.

El objetivo entonces
no es formar personas en todo el mundo

que tengan exactamente
los mismos valores.

Los invito a que pensemos si entre todos
podemos diseñar una educación

que forme personas que sin dejar
de querer ni de amar a su patria

puedan ver a todos los humanos
como sus hermanos y hermanas.

Y al planeta Tierra
como una casa compartida

que todos tenemos que cuidar.

Y si nos sale bien, no digo que
tendríamos un mundo libre de conflictos.

Por supuesto que no.

Pero tal vez podríamos convivir
de forma más armoniosa

no solo a escala global,

sino también en nuestro propio pueblo.