Cómo construir un futuro resiliente recurriendo a la sabiduría ancestral

En su búsqueda de diseños de sistemas indígenas, la arquitecta Julia Watson investiga prácticas de innovación duraderas para enfrentar los desafíos del cambio climático. Desde pueblos flotantes hasta puentes de raíces vivas que se fortalecen con el tiempo, Watson nos muestra algunas de estas soluciones resilientes, y nos enseña lo que podemos aprender de ellas para diseñar con la naturaleza, en lugar de contra ella.

Cuando piensan en las maravillas
arquitectónicas del mundo,

¿qué es lo que ven?

¿La grandeza de las pirámides de Giza

o quizá los increíbles acueductos
de la antigua Roma?

Ambos son hitos impresionantes
de la innovación humana.

Como arquitecta, muchas veces me pregunto

por qué monumentalizamos
estas maravillas ancestrales

de civilizaciones que cayeron
hace tanto tiempo.

He recorrido el mundo
estudiando innovaciones ancestrales

y he dado con técnicas indígenas
de culturas que aún perviven

y que se siguen utilizando.

Algunas de estas culturas
quizás no les suenen familiares.

Viven en los lugares
más remotos del planeta,

y llevan generaciones enfrentándose
a ambientes extremos,

como sequías en el desierto
o inundaciones persistentes.

Hace un par de años,
me trasladé al norte de India,

a un lugar con vistas
a las llanuras de Bangladés,

donde habita el pueblo khasi,
en una selva

que recibe más precipitaciones
que cualquier otra parte del planeta.

Y durante la época de monzones,

los senderos entre las aldeas
se cortan por las inundaciones,

y transforman completamente el paisaje,

que pasa de ser una cubierta forestal
a un conjunto de islas.

Esta tribu ha fabricado
puentes de raíces vivas

que han ido manipulando
y entrelazando durante su crecimiento,

de tamaño considerable,

para crear un andamio
prolijamente entrelazado.

Muchas generaciones de hombres,
mujeres y niños khasi

se ocupaban de guiar las raíces
mientras crecían, hasta la otra orilla,

en la que se plantaban
para crear una estructura

que se hace más fuerte con el tiempo.

La tradición de construir puentes
de raíces vivas tiene 1500 años

y ha producido 75
de estas increíbles estructuras.

Y a pesar de que tardan 50 años en crecer,

en este entorno duran,
en realidad, cientos de años.

Por todo el mundo,

he visto culturas que llevan miles
de años conviviendo con inundaciones

gracias a técnicas ancestrales
que les permitían trabajar con el agua.

En los humedales del sur de Iraq,

que surgen de la confluencia de las aguas
de los ríos Tigris y Éufrates,

habita una civilización única.

Durante 6000 años,
los maʿdān han construido pueblos

en islas artificiales
con una única especie de caña

que es autóctona de la zona.

La caña qasab es algo esencial
en todos los aspectos de sus vidas;

sirve como alimento
para los búfalos de agua,

como harina para los humanos,

y como material de construcción
para estas islas flotantes biodegradables

y sus casas, que recuerdan a catedrales,

y construyen en tan solo tres días.

Con la caña qasab seca
se pueden construir columnas,

se las puede tejer para hacer
suelos, techos y paredes,

y también se pueden fabricar cuerdas,

que sirven para afianzar
las construcciones

sin necesidad de clavos.

Los pueblos de los maʿdān
se construyen en la marisma,

desde hace generaciones,

en islas que se mantienen a flote
desde hace más de 25 años.

A pesar de que la pandemia
está acaparando la atención mediática,

se siguen inundando ciudades
y el nivel del mar sigue aumentando.

Las soluciones tecnológicas

sin duda nos ayudarán
a solucionar algunos problemas,

pero en la carrera hacia el futuro,

tendemos a olvidar lo que
nos puede aportar el pasado.

En otras partes del mundo,
los ríos se contaminan

por vertidos de aguas residuales,

mientras una ciudad
de 15 millones de habitantes

depura sus aguas residuales
en terreno inundable.

En las afueras de Calcuta,

que está flanqueada
por un humeante muro de basura

y cercada por autopistas,

utilizan 300 estanques
de tecnología indígena

para depurar sus aguas,
además de producir alimentos.

Mediante la combinación del sol
con aguas residuales

y una simbiosis de algas y bacterias,

consiguen depurar las aguas residuales.

Este proceso de purificación
en estanques dura unos 30 días.

Esta práctica

no solo es un modelo de depuración
libre de sustancias químicas y carbón.

Dado que el centro de Calcuta
no tiene un tratamiento formal,

esta es la única manera que tiene
la ciudad de limpiar sus aguas

antes de que desemboquen
en el golfo de Bengala.

Lo que me parece más increíble
de esta infraestructura

es que, ahora que ciudades de Europa,
Asia y del resto del mundo

están siguiendo este modelo,

en Calcuta están luchando
para que no lo reemplacen por tecnología.

Y para lidiar con las inundaciones
de una forma completamente distinta,

los tofinus han creado la ciudad
lacustre más grande de África.

Ganvié, que significa ‘sobrevivimos’,

está constituida por palafitos organizados
en torno a un sistema de canales

por los que se navega en canoa.

La plaza real se encuentra
entre 3000 edificaciones elevadas,

y cuentan con una oficina de correos,

un banco, una mezquita

e incluso un par de bares;

todo rodeado por 12 000 viveros de peces,

o acadjas 'manglares'.

Estas barreras artificiales
libres de productos químicos

cubren casi la mitad de la laguna

y suponen el sustento
para un millón de personas de la zona.

Lo que me sorprende

es que, si bien una sola acadja
es bastante insignificante,

cuando se multiplica por 12 000,

conforma una técnica indígena
a la altura de la industria acuícola,

la cual supone la mayor amenaza
para nuestros ecosistemas de manglares.

Sin embargo, estas técnicas
aumentan la biodiversidad.

A principios de este año,
cuando volví a Australia,

sucedió algo terrible.

Una lluvia de ceniza procedente
de los incendios forestales de Sídney

se precipitó sobre nosotros
en Bondi Beach.

Y preocupados
por las emisiones de carbono,

y no por contagios virales,

ya llevábamos mascarillas.

El ambiente estaba muy sofocado
por una nube de humo tan grande

que incluso llegó hasta Nueva Zelanda.

Y mientras veíamos
los peores incendios forestales

jamás registrados,

ocurrió algo inesperado, pero increíble.

Las tierras ancestrales de Australia,

donde los aborígenes
practicaban quemas forestales,

consiguieron desviar los incendios
y se libraron de ellos.

Estos bosques milenarios sobrevivieron
gracias a esta quema controlada estacional

que llevan practicando los aborígenes
durante generaciones

y consiste en encender pequeños
fuegos controlados.

A pesar de que los incendios forestales
sean un desastre natural,

como consecuencia del cambio climático,
también son provocados por nosotros.

La buena noticia es que contamos
con prácticas ancestrales

que pueden ayudar a prevenirlos

y que se llevan usando
hace cientos de años.

Lo que me parece más fascinante
de estas prácticas

es lo complejas que son

y lo sintonizadas que están
con la naturaleza.

Y, además, lo resilientes
que podríamos llegar a ser

si aprendiéramos de ellas.

Cuando nos enfrentamos a una crisis,
solemos construir muros defensivos.

Soy arquitecta

y me he formado para buscar
soluciones que perduren,

como el cemento, el acero o el cristal;

todos están diseñados para construir
una fortaleza contra la naturaleza.

Pero mi investigación sobre
prácticas ancestrales y técnicas indígenas

ha sido diferente.

Me ha inspirado la idea
de fomentar la creatividad

en épocas de crisis.

Contamos con una sabiduría milenaria

que solo debemos escuchar

para ampliar nuestra forma de pensar

y empezar a diseñar
en simbiosis con la naturaleza.

Y solo escuchándola, aprenderemos más

y estaremos preparados para
enfrentarnos a los desafíos del siglo XXI

que ciertamente pondrán en riesgo
tanto a nuestro planeta como a nosotros.

Yo lo he visto.

Sé que es posible.